Brígida Argote


“Las personas mayores en tiempos del coronavirus”


Acabo de leer en un twit que dice: El Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid admite que envió “por error” el protocolo que indicaba no derivar a hospitales a ancianos con discapacidad. No tengo muy claro qué emoción es la me invade, indignación, tristeza, vergüenza, o tal vez sea una mezcla de todas.

No podemos ignorar que la pandemia del COVID-19 ha dejado en evidencia los cuidados de larga duración y las carencias del modelo de atención en residencias. Hemos aceptado que las personas mayores se encuentran en una situación inferior y se les ha tratado con infantilismo y paternalismo. Se han tomado decisiones por ellos, sin contar con ellos.

“Hemos aceptado que las personas mayores se encuentran en una situación inferior y se les ha tratado con infantilismo y paternalismo”

La información que los medios de comunicación ofrecen está reducida a las cifras de fallecidos en residencias. Los protocolos sobre el confinamiento de las personas se han realizado de forma homogénea para todas las personas, sin tener en cuenta la diversidad que nos caracteriza como seres humanos únicos e irrepetibles. Las personas, en general, y los ancianos en particular, han muerto en soledad, acompañados por los profesionales sanitarios que han hecho todo lo humanamente posible, pero en soledad.

Es obvio que, en el inicio de la pandemia, el objetivo prioritario era salvar vidas y evitar la transmisión de la enfermedad y que, en las residencias, conviven personas con patologías crónicas, muchas de ellas con Alzheimer u otras demencias, lo que facilita que enfermedades contagiosas como el COVID-19 tengan un mayor impacto.

Sin embargo la edad, la capacidad funcional o el deterioro cognitivo, per se, no pueden ser criterios excluyentes para el acceso a la prestación de asistencia sanitaria, ya que son ciudadanos de pleno derecho como el resto de la población. En este sentido, el estereotipo de los mayores como personas frágiles, dependientes y consumidoras de recursos, constituye una clara discriminación y genera un conflicto, cuanto menos, de justicia distributiva.

La pandemia ha reavivado el debate de avanzar hacia una mayor integración sociosanitaria y hacia un cambio en el modelo de atención residencial, más personalizado, más hogareño y conectado con la comunidad. No se trata de sanitarizar las residencias, ni convertirlas en hospitales, como dicen algunas voces. Las residencias deben ser lugares de vida, el hogar de las personas que allí viven, con los apoyos necesarios para poder llevar “la mejor vida posible”. Un modelo centrado en la persona y no solo en la seguridad. Esto requiere de profesionales cualificados, reconocidos y con competencias, no solo técnicas, sino también éticas y relacionales.

Esta crisis tiene que haber servido para aprender muchas cosas, entre otras cosas, que no todas las personas somos iguales y que no se pueden elaborar protocolos y guías homogéneos para todos, hay que tener en cuenta la diversidad y ser flexibles. Podemos hacer frente a la pandemia de manera más personalizada para no generar malestar en las personas. Tan importante como la salud y la seguridad es la libertad y las relaciones entre las personas. Somos seres interdependientes.

También hemos aprendido que las personas mayores son adultas, que tienen los mismos derechos que el resto de la ciudadanía y que son capaces y quieren tomar aquellas decisiones que les afectan.

“Evidentemente, son necesarios más recursos, más profesionales, más formación, pero sin un modelo que tenga en cuenta a las personas no podremos avanzar”

Es necesario reflexionar y tomar decisiones, “crisis” significa etimológicamente “decisión”, sobre el diseño, organización y modelo de atención en residencias. Evidentemente, son necesarios más recursos, más profesionales, más formación, pero sin un modelo que tenga en cuenta a las personas no podremos avanzar. El modelo de Atención Centrado en la Persona que garantiza los derechos de las personas mayores, está en riesgo. Como dice Frances Marc Álvaro, periodista del La Vanguardia, “si no somos capaces de cuidar de los viejos. Nuestro fracaso como sociedad será devastador”.


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Brígida Argote Martínez de Lagran

Enfermera especialista en Geriatría.
Experto en ética Aplicada a la Intervención Social.
Directora de la Residencia Lakua de Personas Mayores.
Miembro del Comité de Ética en Intervención Social de Álava, CEISA.

Vitoria-Gasteiz, País Vasco, España.